Francesco Petrarca

Francesco Petrarca — Descripción de una tormenta excepcional

Y había llenado tanto de terror todo lo que muchos, ocupados solo en arrepentirse y cambiar sus vidas en el último momento, habían abandonado todas sus ocupaciones habituales, no sin que muchos se burlaran de estos vanos temores, tanto más porque, al haber habido grandes tormentas en esos días, se podía creer que, al equivocarse en la fecha, también la predicción había perdido sentido.

Francesco Petrarca (1304), hijo de exiliados fiorentinos, estudió leyes en Montpellier, Francia. Al regresar a Italia abandona todo por la literatura. Petrarca dedicó su vida a estudiar, coleccionar y editar libros antiguos, rescatando la luz de las lenguas clásicas. Recorrió bibliotecas, cortes y monasterios, escribiendo sus obras de soledad y retiro espiritual. Su erudición y fama lo llevaron a ser coronado poeta laureado en Roma en el 1341. Francesco Petrarca creía que solo los libros antiguos podían liberar el estancamiento del pensamiento. Su obra amorosa más conocida es Cancionero, dedicada a su inalcanzable amada Laura, quien muere de peste negra. Petrarca se consolidó como uno de los poetas más importantes del Renacimiento. El 19 de julio de 1374 encuentran su cuerpo sobre el libro que estudiaba.

 

13 [V, 5]
A Giovanni Colonna. Descripción de una tormenta excepcional.

Al describir una gran tormenta, Juvenal, para resumir en pocas palabras, dijo que se desató una tormenta poética. ¿Qué expresión podría ser más breve y vívida? No hay ira en el cielo o en el mar que el poeta, con su estilo, no iguale y supere. Para no insistir en algo tan claro, te recuerdo la tormenta homérica, el héroe lanzado contra las rocas y la amenaza inminente del monte Caphareus; imitando esto, nuestros poetas levantaron montañas de agua hasta las estrellas. Pero nada puede ser descrito o imaginado que no se haya realizado ayer y, de hecho, superado. Una catástrofe verdaderamente singular y nunca antes escuchada en siglos. Homero canta la tormenta griega, Virgilio la eólica, Lucano la del Epiro, y otros las suyas; yo, si algún día tengo tiempo, encontraré en esta tormenta napolitana un gran material para cantar. La llamo napolitana porque me sorprendió aquí en Nápoles, en este mi tedioso retraso, pero se dice que enfureció a lo largo del Adriático, el Tirreno, por todas partes. Por lo que puedo narrarte ahora entre la prisa y el bullicio de estos momentos, te convencerás de que nada más terrible y furioso ha sucedido nunca. Es sorprendente decirlo, la noticia del inminente desastre ya se había extendido; de hecho, desde hace unos días, un piadoso obispo de una isla cercana, curioso por la astronomía, había anunciado el peligro, aunque en verdad (casi nunca los cálculos humanos aciertan) había predicho no una tormenta en el mar sino un terremoto, y que Nápoles sería destruida el 25 de noviembre de 1343. Y había llenado tanto de terror todo lo que muchos, ocupados solo en arrepentirse y cambiar sus vidas en el último momento, habían abandonado todas sus ocupaciones habituales, no sin que muchos se burlaran de estos vanos temores, tanto más porque, al haber habido grandes tormentas en esos días, se podía creer que, al equivocarse en la fecha, también la predicción había perdido sentido. Yo, por mi parte, sin excesivas esperanzas ni temores excesivos, como no me inclinaba hacia uno u otro, estaba igualmente dispuesto a ambos, pero más inclinado al temor, ya que esto suele suceder, que las cosas esperadas se realizan con más dificultad que las temidas; y por otro lado, había visto y oído en esos días signos amenazadores en el cielo que, aunque acostumbrado a vivir en regiones frías, me habían aterrado como monstruos en el frío invierno, y me habían vuelto casi supersticioso. ¿Qué más? Era la noche antes del día temido; y aquí está la multitud temblando de mujeres, más preocupadas por el peligro que por la vergüenza, corriendo por las calles y plazas, apretando a sus hijos contra sus pechos, suplicando y llorando, agolpándose en las puertas de las iglesias. Impresionado por este trastorno general, regreso a casa al primer atardecer. El cielo estaba más despejado de lo habitual y, al tomar confianza en eso, mis compañeros se habían retirado a sus habitaciones más temprano. Me pareció adecuado esperar para observar de qué color se pondría la luna al ponerse; si no me equivoco, estaba en su séptimo día. Así que espero en una ventana orientada hacia el oeste hasta que la veo, poco antes de la medianoche, ocultarse detrás de la montaña cercana, entre las nubes y con una mirada triste: entonces, yo también me voy a la cama, para tomar un sueño retrasado.

 

13 [V, 5]
A Giovanni Colonna. Descrizione di una tempesta eccezionale.

Descrivendo una grande tempesta Giovenale, per chiudere molto in poco, disse che si levò una tempesta poetica. Quale espressione più breve e più vivida? Non c’è adirarsi di cielo o di mare che il poeta, con il suo stile, non eguagli e superi e, per non insistere in cosa tanto chiara, ti ricordo la tempesta omerica, l’eroe lanciato sullo scoglio e l’incombente minaccia del monte Cafareo; imitando, i nostri poeti sollevarono monti d’acqua sino alle stelle. Ma niente può essere descritto o immaginato che ieri non si sia realizzato e sia stato anzi superato: una catastrofe davvero singolare e mai udita nei secoli. Canti Omero la tempesta greca, Virgilio l’eolia, Lucano quella dell’Epiro, e altri altre; io, se un giorno avrò tempo, troverò in questa tempesta napoletana grande materia di canto; la chiamo napoletana perché mi colse qui a Napoli, in questo mio tedioso indugiare, ma si dice che abbia infuriato lungo tutto l’Adriatico, il Tirreno, per ogni dove. Per quanto posso ora narrarti tra la fretta e il trambusto di questi momenti, ti convincerai che nulla è mai accaduto di più terribile e furioso. Mirabile a dirsi, la notizia della sventura incombente era già corsa; da qualche giorno infatti un pio vescovo di un’isola vicina, curioso di astronomia, aveva dato l’annuncio del pericolo, anche se in verità (quasi mai le congetture umane colpiscono nel segno) egli aveva predetto non una tempesta marittima ma un terremoto, e che Napoli sarebbe rovinata il 25 novembre del 1343. Ed aveva tanto riempito di terrore ogni cosa che gran parte di popolo, solo intento a pentirsi e a mutar vita in punto di morte, aveva abbandonato ogni consueta occupazione, non senza che molti irridessero a questi vani timori, tanto più che, essendo sopravvenuti in quei giorni grandi temporali, si poteva credere che, sbagliata la data, anche il vaticinio non avesse più senso. Io, per me, senza speranze eccessive né eccessivi timori, come non inclinavo né all’una né all’altro, così ero propenso ad ambedue, ma più propenso al timore, giacché questo di solito avviene, che le cose sperate si realizzino più difficilmente di quelle temute; e d’altra parte avevo visto ed udito in quei giorni minacciosi segni del cielo che, per quanto abituato ad abitare in gelide regioni, apparendomi come mostri nel freddo inverno, mi avevano gettato nello spavento e reso quasi superstizioso. Che più? Era la notte che precedeva il giorno temuto; ed ecco trepida una folla di donne, più pensose del pericolo che del pudore, correre per le vie e per le piazze e, stretti al petto i loro bimbi, supplici e lacrimanti far ressa alle porte delle chiese. Impressionato da questo generale turbamento, torno a casa al primo tramonto. Il cielo era più sereno del solito e, presa da ciò fiducia, i compagni si erano ritirati più presto nelle loro stanze. A me parve opportuno attendere, per osservare con quale colore tramontasse la luna; se non sbaglio, era nel suo settimo giorno. Indugio dunque a una finestra volta ad occidente finché la vedo, poco prima della mezzanotte, nascondersi dietro il monte vicino, tra le nubi e con triste aspetto: vado anch’io a letto, allora, per prendere un sonno ritardato.

 

Extraído de Francesco Petrarca. Epistole. UNIONE TIPOGRAFICO-EDITRICE TORINESE. 2013. | Traducción de Mario Chávez Carmona

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