Homero, el poeta supremo de la antigua Grecia, es una figura envuelta en un desconocido. Dentro de los estudios literarios, hasta el día de hoy existen tres perspectivas principales que ofrecen diferentes visiones de su vida y obra.
Según la primera versión, Homero es retratado como un aedo ciego, cuya inspiración proviene directamente de las Musas. Heródoto, el historiador griego del siglo V a.C., menciona esta tradición en sus «Historias», vinculando a Homero con la isla de Quíos, convirtiéndose así en su primer biógrafo. También existe una obra conocida como el «Vida de Homero», erróneamente atribuida a Heródoto, que presenta a Homero como un aedo dotado por las Musas.
La segunda perspectiva, propuesta por Friedrich August Wolf en el siglo XVIII, sugiere que Homero podría haber sido una figura literaria colectiva. Wolf plantea esta idea en su obra «Prolegómenos a la crítica de Homero», argumentando que las epopeyas homéricas podrían haber surgido de una tradición oral mantenida por varios aedos. En el siglo XX, Milman Parry y Albert Lord desarrollaron la teoría de la «composición oral», que sugiere que estas obras fueron el resultado de contribuciones de diferentes poetas a lo largo del tiempo.
Por último, algunos eruditos contemporáneos como Martin L. West y Barry B. Powell defienden la idea de que Homero fue un poeta histórico que basó sus obras en eventos reales. West, un destacado filólogo clásico, ha argumentado a favor de la historicidad de Homero y sugiere que las epopeyas reflejan hechos reales. Powell, otro erudito de la literatura clásica, respalda esta perspectiva al afirmar que Homero se inspiró en eventos auténticos para componer sus obras.
Estas tres visiones ofrecen un panorama completo de las diferentes interpretaciones sobre la vida y la naturaleza de Homero, dejando a los estudiosos de la literatura clásica inmersos en un fascinante enigma que perdura y nutre los estudios clásicos, míticos y poéticos hasta el día de hoy.
Odisea — vv.469-541
Tal diciendo marchose a ocupar un sillón junto al rey,
cuyos hombres partían el manjar y mezclaban el vino.
Al cantor siempre fiel, a Demódoco, honrado del pueblo,
acercó de la mano un heraldo y en medio sentolo
del banquete apoyándolo en alta columna; y Ulises,
el fecundo en ingenios, cortando un pedazo de lomo,
pues quedaba aún mucho del cerdo de blancos colmillos,
entregole al heraldo aquel trozo bosante de grasa.
«Lleva, heraldo —le dijo—, esta carne a Demódoco y coma
a placer: quiero honrarle aunque esté yo afligido; de parte
de cualquier ser humano que pise la tierra, la honra
y el respeto mayor los aedos merecen, que a ellos
sus cantares la Musa enseñó por amor de su raza.»
Tal le dijo, tomola el heraldo, la puso en los dedos
del egregio Demódoco y este alegrose en su alma.
A los ricos manjares dispuestos lanzaron sus manos
y, una vez que tuvieron saciados su sed y apetito,
dirigiose a Demódoco Ulises, el rico en ingenios:
«¡Oh Demódoco! Téngote en más que a ningún otro hombre,
ya te haya enseñado la Musa nacida de Zeus
o ya Apolo, pues cantas tan bien lo ocurrido a los dánaos,
sus trabajos, sus penas, su largo afanar, cual si hubieras
encontrádote allí o escuchado a un testigo. Mas, ¡ea!,
cambia ya de canción y celebra el ardid del caballo
de madera, que Epeo fabricó con la ayuda de Atena
y que Ulises divino llevó con engaño al alcázar
tras llenarlo de hombres que luego asolaron a Troya.
Si refieres aquello del modo que fue, yo al momento
ante todos habré de afirmar que algún dios favorable
te ha otorgado la gracia del canto divino.» Así dijo
y el aedo, movido del dios, modulaba su canto
desde el punto en que aquellos argivos, después de dar fuego
a las tiendas, se hicieron al mar en las sólidas naves.
Del caballo en la entraña escondidos, los otros en torno
se agrupaban de Ulises ya en medio de Troya; los teucros
por sí mismos lo habían arrastrado al alcázar y, erguido
en mitad, discutían a su pie y en confuso alboroto.
Tres sentencias allí se escuchaban: romper con el bronce
implacable la hueca madera, llevarlo arrastrando
a la cima y dejarlo caer por las rocas, guardarlo
como ofrenda preciosa a los dioses. Y fue esta postrera
la que luego se había de cumplir, pues conforme al destino
la ciudad debería perecer una vez que albergase
al caballo de tablas ingente en que estaban los dánaos
más ardidos tramando a los teucros matanza y ruina.
Y contaba después el saqueo que aquellos hicieron
tras fluir del caballo dejando su hueca emboscada:
cada cual por un lado pillaba el alcázar excelso,
pero Ulises, dijérase Ares, marchó hacia las casas
de Deífobo; al lado llevaba al sin par Menelao.
Allí —dijo— empeñó su más duro combate, mas pronto
la victoria inclinó a su favor la magnánima Atena.
Tales cosas contaba aquel ínclito aedo y Ulises
consumíase dejando ir el llanto por ambas mejillas.
Como llora la esposa estrechando en el suelo al esposo
que en la lucha cayó ante los muros a vista del pueblo
por salvar de ruina a su patria y sus hijos; le mira
que se agita perdiendo el respiro con bascas de muerte
y abrazada con él grita y gime; la hueste contraria
le golpea por detrás con las lanzas los hombros y, al cabo,
se la lleva cautiva a vivir en miseria y en pena
con el rostro marchito de tanto dolor; así Ulises
de sus ojos dejaba caer un misérrimo llanto.
No hubo nadie en verdad que notara sus lloros; Alcínoo
solamente, al hallarse más cerca, lo estaba observando;
diose cuenta de todo al oír sus profundos suspiros
y sin más les habló a los feacios, gozosos remeros:
«Escuchad, regidores y jefes del pueblo feacio.
Tiempo es ya que suspenda Demódoco el son melodioso
de la lira; no a todos es grato el cantar; desde el punto
que empezamos la cena y se ha alzado el aedo divino,
nuestro huésped no deja de dar lastimeros sollozos
y algún grave dolor le acongoja, sin duda, en el pecho.
Cese, pues, aquel canto y el gozo, igualmente, se extienda
a hospedantes y huésped, que así nos será bien a todos.
Ὀδύσσεια — Θ vv.469-541
ἦ ῥα καὶ ἐς θρόνον ἷζε παρ᾽ Ἀλκίνοον βασιλῆα:
οἱ δ᾽ ἤδη μοίρας τ᾽ ἔνεμον κερόωντό τε οἶνον.
κῆρυξ δ᾽ ἐγγύθεν ἦλθεν ἄγων ἐρίηρον ἀοιδόν,
Δημόδοκον λαοῖσι τετιμένον: εἷσε δ᾽ ἄρ᾽ αὐτὸν
μέσσῳ δαιτυμόνων, πρὸς κίονα μακρὸν ἐρείσας.
δὴ τότε κήρυκα προσέφη πολύμητις Ὀδυσσεύς,
νώτου ἀποπροταμών, ἐπὶ δὲ πλεῖον ἐλέλειπτο,
ἀργιόδοντος ὑός, θαλερὴ δ᾽ ἦν ἀμφὶς ἀλοιφή:
‘κῆρυξ, τῆ δή, τοῦτο πόρε κρέας, ὄφρα φάγῃσιν,
Δημοδόκῳ: καί μιν προσπτύξομαι ἀχνύμενός περ:
πᾶσι γὰρ ἀνθρώποισιν ἐπιχθονίοισιν ἀοιδοὶ
τιμῆς ἔμμοροί εἰσι καὶ αἰδοῦς, οὕνεκ᾽ ἄρα σφέας
οἴμας μοῦσ᾽ ἐδίδαξε, φίλησε δὲ φῦλον ἀοιδῶν.’
ὣς ἄρ᾽ ἔφη, κῆρυξ δὲ φέρων ἐν χερσὶν ἔθηκεν
ἥρῳ Δημοδόκῳ: ὁ δ᾽ ἐδέξατο, χαῖρε δὲ θυμῷ.
οἱ δ᾽ ἐπ᾽ ὀνείαθ᾽ ἑτοῖμα προκείμενα χεῖρας ἴαλλον.
αὐτὰρ ἐπεὶ πόσιος καὶ ἐδητύος ἐξ ἔρον ἕντο,
δὴ τότε Δημόδοκον προσέφη πολύμητις Ὀδυσσεύς:
‘Δημόδοκ᾽, ἔξοχα δή σε βροτῶν αἰνίζομ᾽ ἁπάντων.
ἢ σέ γε μοῦσ᾽ ἐδίδαξε, Διὸς πάϊς, ἢ σέ γ᾽ Ἀπόλλων:
λίην γὰρ κατὰ κόσμον Ἀχαιῶν οἶτον ἀείδεις,
ὅσσ᾽ ἔρξαν τ᾽ ἔπαθόν τε καὶ ὅσσ᾽ ἐμόγησαν Ἀχαιοί,
ὥς τέ που ἢ αὐτὸς παρεὼν ἢ ἄλλου ἀκούσας.
ἀλλ᾽ ἄγε δὴ μετάβηθι καὶ ἵππου κόσμον ἄεισον
δουρατέου, τὸν Ἐπειὸς ἐποίησεν σὺν Ἀθήνῃ,
ὅν ποτ᾽ ἐς ἀκρόπολιν δόλον ἤγαγε δῖος Ὀδυσσεὺς
ἀνδρῶν ἐμπλήσας οἵ ῥ᾽ Ἴλιον ἐξαλάπαξαν.
αἴ κεν δή μοι ταῦτα κατὰ μοῖραν καταλέξῃς,
αὐτίκ᾽ ἐγὼ πᾶσιν μυθήσομαι ἀνθρώποισιν,
ὡς ἄρα τοι πρόφρων θεὸς ὤπασε θέσπιν ἀοιδήν.’
ὣς φάθ᾽, ὁ δ᾽ ὁρμηθεὶς θεοῦ ἤρχετο, φαῖνε δ᾽ ἀοιδήν,
ἔνθεν ἑλὼν ὡς οἱ μὲν ἐυσσέλμων ἐπὶ νηῶν
βάντες ἀπέπλειον, πῦρ ἐν κλισίῃσι βαλόντες,
Ἀργεῖοι, τοὶ δ᾽ ἤδη ἀγακλυτὸν ἀμφ᾽ Ὀδυσῆα
ἥατ᾽ ἐνὶ Τρώων ἀγορῇ κεκαλυμμένοι ἵππῳ:
αὐτοὶ γάρ μιν Τρῶες ἐς ἀκρόπολιν ἐρύσαντο.
ὣς ὁ μὲν ἑστήκει, τοὶ δ᾽ ἄκριτα πόλλ᾽ ἀγόρευον
ἥμενοι ἀμφ᾽ αὐτόν: τρίχα δέ σφισιν ἥνδανε βουλή,
ἠὲ διαπλῆξαι κοῖλον δόρυ νηλέι χαλκῷ,
ἢ κατὰ πετράων βαλέειν ἐρύσαντας ἐπ᾽ ἄκρης,
ἢ ἐάαν μέγ᾽ ἄγαλμα θεῶν θελκτήριον εἶναι,
τῇ περ δὴ καὶ ἔπειτα τελευτήσεσθαι ἔμελλεν:
αἶσα γὰρ ἦν ἀπολέσθαι, ἐπὴν πόλις ἀμφικαλύψῃ
δουράτεον μέγαν ἵππον, ὅθ᾽ ἥατο πάντες ἄριστοι
Ἀργείων Τρώεσσι φόνον καὶ κῆρα φέροντες.
ἤειδεν δ᾽ ὡς ἄστυ διέπραθον υἷες Ἀχαιῶν
ἱππόθεν ἐκχύμενοι, κοῖλον λόχον ἐκπρολιπόντες.
ἄλλον δ᾽ ἄλλῃ ἄειδε πόλιν κεραϊζέμεν αἰπήν,
αὐτὰρ Ὀδυσσῆα προτὶ δώματα Δηιφόβοιο
βήμεναι, ἠύτ᾽ Ἄρηα σὺν ἀντιθέῳ Μενελάῳ.
κεῖθι δὴ αἰνότατον πόλεμον φάτο τολμήσαντα
νικῆσαι καὶ ἔπειτα διὰ μεγάθυμον Ἀθήνην.
ταῦτ᾽ ἄρ᾽ ἀοιδὸς ἄειδε περικλυτός: αὐτὰρ Ὀδυσσεὺς
τήκετο, δάκρυ δ᾽ ἔδευεν ὑπὸ βλεφάροισι παρειάς.
ὡς δὲ γυνὴ κλαίῃσι φίλον πόσιν ἀμφιπεσοῦσα,
ὅς τε ἑῆς πρόσθεν πόλιος λαῶν τε πέσῃσιν,
ἄστεϊ καὶ τεκέεσσιν ἀμύνων νηλεὲς ἦμαρ:
ἡ μὲν τὸν θνήσκοντα καὶ ἀσπαίροντα ἰδοῦσα
ἀμφ᾽ αὐτῷ χυμένη λίγα κωκύει: οἱ δέ τ᾽ ὄπισθε
κόπτοντες δούρεσσι μετάφρενον ἠδὲ καὶ ὤμους
εἴρερον εἰσανάγουσι, πόνον τ᾽ ἐχέμεν καὶ ὀιζύν:
τῆς δ᾽ ἐλεεινοτάτῳ ἄχεϊ φθινύθουσι παρειαί:
ὣς Ὀδυσεὺς ἐλεεινὸν ὑπ᾽ ὀφρύσι δάκρυον εἶβεν.
ἔνθ᾽ ἄλλους μὲν πάντας ἐλάνθανε δάκρυα λείβων,
Ἀλκίνοος δέ μιν οἶος ἐπεφράσατ᾽ ἠδ᾽ ἐνόησεν,
ἥμενος ἄγχ᾽ αὐτοῦ, βαρὺ δὲ στενάχοντος ἄκουσεν.
αἶψα δὲ Φαιήκεσσι φιληρέτμοισι μετηύδα:
‘κέκλυτε, Φαιήκων ἡγήτορες ἠδὲ μέδοντες,
Δημόδοκος δ᾽ ἤδη σχεθέτω φόρμιγγα λίγειαν:
οὐ γάρ πως πάντεσσι χαριζόμενος τάδ᾽ ἀείδει.
ἐξ οὗ δορπέομέν τε καὶ ὤρορε θεῖος ἀοιδός,
ἐκ τοῦ δ᾽ οὔ πω παύσατ᾽ ὀιζυροῖο γόοιο
ὁ ξεῖνος: μάλα πού μιν ἄχος φρένας ἀμφιβέβηκεν.
Extraído de Homero. La Odisea. Traducción de José Manuel Pabón.