marques de sade

Marqués de Sade — La verdad

Sí, vana ilusión, mi alma te detesta,/ Y para convencerte mejor, aquí lo protesto,/ Desearía que por un momento pudieras existir/ Para disfrutar el placer de insultarte mejor.

Donatien Alphonse François, más conocido como el Marqués de Sade, nació el 2 de junio de 1740 en París, Francia. Proveniente de una familia aristocrática, su infancia estuvo marcada por la opulencia y los privilegios propios de su linaje.

Sin embargo, la vida del Marqués de Sade estuvo teñida por una serie de episodios trágicos y oscuros. En su juventud, fue enviado al ejército, donde su comportamiento rebelde y sus inclinaciones libertinas comenzaron a manifestarse. Estos rasgos desencadenaron una serie de conflictos con la ley y con su propia familia.

A lo largo de su vida, el Marqués de Sade fue encarcelado en múltiples ocasiones, principalmente por sus prácticas sexuales consideradas aberrantes y por sus escritos considerados obscenos y subversivos para la moralidad de la época. Sus estancias en prisión, como en la Bastilla y en el asilo de Charenton, fueron testigos de su sufrimiento y de su lucha por expresar sus ideas y deseos, incluso en condiciones extremadamente adversas.

La obra literaria del Marqués de Sade, caracterizada por su exploración de los límites de la moralidad y el placer, ha generado controversia y debate hasta el día de hoy. Sus escritos, como «Justine» y «Los 120 días de Sodoma», desafían las normas sociales y exploran las profundidades más oscuras de la psique humana.

El Marqués de Sade falleció el 2 de diciembre de 1814 en el asilo de Charenton, donde había sido recluido por última vez. Aunque las circunstancias exactas de su muerte no están claras.


La verdad

¿Cuál es esta quimera impotente y estéril,
Esta divinidad que predica al imbécil
Un ramillete odioso de sacerdotes impostores?
¿Quieren colocarme entre sus sectarios?

¡Ah! nunca, lo juro, y cumpliré mi palabra,
Nunca esa extraña y repugnante ídolo,
Este hijo del delirio y la burla
Hará la menor impresión en mi corazón.

Contento y orgulloso de mi epicureísmo,
Pretendo expirar en el seno del ateísmo
Y que el infame Dios con el que quieren asustarme
Solo sea concebido por mí para blasfemar contra él.

Sí, vana ilusión, mi alma te detesta,
Y para convencerte mejor, aquí lo protesto,
Desearía que por un momento pudieras existir
Para disfrutar el placer de insultarte mejor.

¿Cuál es en efecto este fantasma execrable,
Este dios hijo de puta, este ser espantoso
Que nada ofrece a la vista ni muestra a la mente,
Que el insensato teme y el sabio se ríe,
Que nada pinta a los sentidos, que nadie puede comprender,
Cuyo culto salvaje en todo tiempo hizo derramar
Más sangre que la guerra o Temis en cólera
No pudieron en mil años derramar entre nosotros?

Por más que lo analice, este bribón deificado,
Por más que lo estudie, mi ojo filosófico
No ve en este motivo de vuestras religiones
Sino un conjunto impuro de contradicciones
Que cede al examen apenas se le contempla,
Que se insulta a placer, que se desafía, que se ultraja,
Producido por el miedo, engendrado por la esperanza,
Que nunca nuestro espíritu podría concebir,
Volviéndose a veces, en manos de quien lo erige,
Un objeto de terror, de alegría o de vértigo
Que el astuto impostor que lo anuncia a los humanos
Hace reinar como quiere sobre nuestros tristes destinos,
Que lo pinta a veces malvado y a veces benévolo,
A veces masacrando, o sirviéndonos de padre,
Atribuyéndole siempre, según sus pasiones,
Sus costumbres, su carácter y sus opiniones:
O la mano que perdona o la que nos atraviesa.
He aquí, este tonto Dios con el que el sacerdote nos arrulla.

Pero con qué derecho aquel a quien la mentira constriñe
¿pretende someterme al error que le alcanza?
¿Necesito del Dios que mi sabiduría niega
Para darme razón de las leyes de la naturaleza?
En ella todo se mueve, y su seno creador
Actúa en todo momento sin la ayuda de un motor.


La vérité

Quelle est cette chimère impuissante et stérile,
Cette divinité que prêche à l’imbécile
Un ramas odieux de prêtres imposteurs ?
Veulent-ils me placer parmi leurs sectateurs ?
Ah ! jamais, je le jure, et je tiendrai parole,
Jamais cette bizarre et dégoûtante idole,
Cet enfant de délire et de dérision
Ne fera sur mon cœur la moindre impression.
Content et glorieux de mon épicurisme,
Je prétends expirer au sein de l’athéisme
Et que l’infâme Dieu dont on veut m’alarmer
Ne soit conçu par moi que pour le blasphémer.
Oui, vaine illusion, mon âme te déteste,
Et pour t’en mieux convaincre ici je le proteste,
Je voudrais qu’un moment tu pusses exister
Pour jouir du plaisir de te mieux insulter.
Quel est-il en effet ce fantôme exécrable,
Ce jean-foutre de Dieu, cet être épouvantable
Que rien n’offre aux regards ni ne montre à l’esprit,
Que l’insensé redoute et dont le sage rit,
Que rien ne peint aux sens, que nul ne peut comprendre,
Dont le culte sauvage en tous temps fit répandre
Plus de sang que la guerre ou Thémis en courroux
Ne purent en mille ans en verser parmi nous?
J’ai beau l’analyser, ce gredin déifique,
J’ai beau l’étudier, mon œil philosophique
Ne voit dans ce motif de vos religions
Qu’un assemblage impur de contradictions
Qui cède à l’examen sitôt qu’on l’envisage,
Qu’on insulte à plaisir, qu’on brave, qu’on outrage,
Produit par la frayeur, enfanté par l’espoir,
Que jamais notre esprit ne saurait concevoir,
Devenant tour à tour, aux mains de qui l’érige,
Un objet de terreur, de joie ou de vertige
Que l’adroit imposteur qui l’annonce aux humains
Fait régner comme il veut sur nos tristes destins,
Qu’il peint tantôt méchant et tantôt débonnaire,
Tantôt nous massacrant, ou nous servant de père,
En lui prêtant toujours, d’après ses passions,
Ses mœurs, son caractère et ses opinions :
Ou la main qui pardonne ou celle qui nous perce.
Le voilà, ce sot Dieu dont le prêtre nous berce.
Mais de quel droit celui que le mensonge astreint
Prétend-il me soumettre à l’erreur qui l’atteint ?
Ai-je besoin du Dieu que ma sagesse abjure
Pour me rendre raison des lois de la nature ?
En elle tout se meut, et son sein créateur
Agit à tout instant sans l’aide d’un moteur.

 

Extraído de Donatien Alphonse François de Sade (Marqués de Sade). La Vérité. Manuscrit: 1787 — Première édition: 1961

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