Giovanni Boccaccio (1313-1375) fue un escritor italiano, reconocido por su obra maestra «El Decamerón». Nacido en Certaldo, Toscana, Boccaccio creció en Florencia en medio de un período marcado por la peste negra y las tensiones políticas.
Tras la muerte de su padre en 1327, Giovanni fue enviado a Nápoles para iniciar una carrera comercial, sin embargo, su pasión por la literatura lo llevó a estudiar humanidades bajo la tutela del renombrado poeta Cino da Pistoia. Este episodio marcó el inicio de su dedicación a las letras.
En su juventud, Boccaccio experimentó una profunda tristeza cuando se enamoró de una dama noble llamada Fiammetta, un amor no correspondido que inspiró muchas de sus obras, incluida «Fiammetta», mientras era testigo de cómo la gente cercana moría a montones por la peste.
Boccaccio se estableció en Florencia y se convirtió en un destacado funcionario público y diplomático. Sin embargo, tras enfrentar dificultades financieras y políticas en sus últimos años, se retiró a Certaldo, donde completó su obra «El Decamerón». Falleció en 1375 en condiciones modestas.
V
Amor por Beatriz
En el tiempo en el que la dulzura del cielo viste a la tierra con sus ornamentos y la llena de una mezcla de flores entre las verdes hojas, haciéndola sonreír, era costumbre en nuestra ciudad, tanto para hombres como para mujeres, celebrar en sus vecindarios, cada uno en distintos grupos. Por casualidad, Folco Portinari, un hombre muy respetado en aquellos tiempos entre los ciudadanos, había reunido a los vecinos cercanos en su casa para celebrar el primero de mayo, entre los cuales se encontraba el ya mencionado Alighieri. Dante, cuyo noveno año aún no había concluido, lo siguió, como los niños pequeños suelen seguir a sus padres en ocasiones festivas. Allí, mezclado entre otros de su edad, tanto varones como mujeres, en la casa del anfitrión, tras servirse las primeras mesas, hizo lo que su temprana edad le permitía, jugando con los demás de manera infantil.
Entre la multitud de jóvenes se encontraba una hija de este mencionado Folco, cuyo nombre era Bice aunque él siempre la llamaba por su nombre original, es decir, Beatriz. Tenía tal vez ocho años, muy delicada para su juventud, con una gracia y encanto en sus modales mucho más allá de lo que su temprana edad requería. Además de esto, tenía rasgos faciales muy delicados y bien proporcionados, llenos no solo de belleza, sino también de tanta honesta gracia que para muchos era como un pequeño ángel. Así que, tal como la describo, o quizás aún más hermosa, apareció en esta fiesta, no creo que por primera vez, pero sí la primera vez que pudo cautivar los ojos de nuestro Dante de manera tan poderosa. A pesar de ser solo un niño, Dante recibió con tanto afecto la bella imagen de ella en su corazón, que desde aquel día en adelante, nunca se separó de ella mientras vivió. Nadie sabe con certeza cómo era ella en realidad, pero ya sea por similitud de temperamentos, de costumbres o por una influencia especial del cielo, o como vemos por experiencia en las festividades, por la dulzura de los sonidos, por la alegría general, por la delicadeza de los alimentos y vinos, las almas de los hombres maduros, y también de los jóvenes, se ensanchan y se vuelven propicias a ser fácilmente cautivadas por cualquier cosa que les agrade; ciertamente, Dante se convirtió en un ferviente servidor de amor a una edad muy temprana.
Pero dejando de lado la conversación sobre incidentes infantiles, diré que a medida que creció, las llamas del amor se multiplicaron, hasta el punto de que nada más le daba placer, reposo o consuelo que verla. Por lo tanto, dejando de lado todos los demás asuntos, iba con gran ansiedad a dondequiera que creyera que podría verla, como si su bienestar y consuelo completo dependieran de ver su rostro y sus ojos.
¡Oh juicio insensato de los amantes! ¿Quién más que ellos consideraría que aumentar las llamas del amor sería una ganancia? Cuántos y qué tipo de pensamientos, suspiros, lágrimas y otras pasiones muy graves después en su edad más madura soportó por este amor, él mismo lo demuestra en parte en su «Vita nova» y, por lo tanto, no me ocupo en contarlos más extensamente. Solo quiero mencionar que, según escribe él mismo y como se dice por otros que conocieron su deseo, este amor fue sumamente honrado y nunca se manifestó, ni por mirada, ni por palabra, ni por gesto, ningún deseo lascivo, ni en el amante ni en la amada. No es poca maravilla en el presente mundo, del cual ha desaparecido todo placer honesto, y se ha acostumbrado a que el objeto del deseo se ajuste primero a su lascivia antes que decidirse a amarlo, que se ha convertido en un milagro, como algo extremadamente raro, amar de otra manera. Si este amor pudo impedir tanto el alimento, el sueño y cualquier otra tranquilidad, ¿cuánto se debe considerar que él fue adversario de los estudios sagrados y del ingenio? Ciertamente, no poco; aunque muchos quieran decir que él fue un estímulo para ello, tomando como argumento las cosas hermosamente expresadas en el idioma florentino y en verso, en alabanza de la amada, y para expresar sus ardientes y amorosos pensamientos, ya hechas por él; pero ciertamente no lo consiento, a menos que quiera afirmar que el discurso elegante es una parte sumisa de toda ciencia, lo cual no es cierto.
V
Amore per Beatrice
Nel tempo nel quale la dolcezza del cielo riveste de’ suoi ornamenti la terra, e tutta per la varietà de’ fiori mescolati fra le verdi frondi la fa ridente, era usanza della nostra città, e degli uomini e delle donne, nelle loro contrade ciascuno in distinte compagnie festeggiare; per la qual cosa, infra gli altri per avventura, Folco Portinari, uomo assai orrevole in que’ tempi tra’ cittadini, il primo dì di maggio aveva i circustanti vicini raccolti nella propia casa a festeggiare, infra li quali era il già nominato Alighieri. Al quale, sì come i fanciulli piccoli, e spezialmente a’ luoghi festevoli, sogliono li padri seguire, Dante, il cui nono anno non era ancora finito, seguìto avea; e quivi mescolato tra gli altri della sua età, de’ quali così maschi come femine erano molti nella casa del festeggiante, servite le prime mense, di ciò che la sua picciola età poteva operare, puerilmente si diede con gli altri a trastullare.
Era intra la turba de’ giovinetti una figliuola del sopradetto Folco, il cui nome era Bice come che egli sempre dal suo primitivo, cioè Beatrice, la nominasse, la cui età era forse d’otto anni, leggiadretta assai secondo la sua fanciullezza, e ne’ suoi atti gentilesca e piacevole molto, con costumi e con parole assai più gravi e modeste che il suo picciolo tempo non richiedea; e, oltre a questo, aveva le fattezze del viso dilicate molto e ottimamente disposte, e piene, oltre alla bellezza, di tanta onesta vaghezza, che quasi una angioletta era reputata da molti. Costei adunque, tale quale io la disegno, o forse assai più bella, apparve in questa festa, non credo primamente, ma prima possente ad innamorare, agli occhi del nostro Dante: il quale, ancora che fanciul fosse, con tanta affezione la bella imagine di lei ricevette nel cuore, che da quel giorno innanzi, mai, mentre visse, non se ne dipartì. Quale ora, questa si fosse, niuno il sa; ma o conformità di complessioni o di costumi o speziale influenzia del cielo che in ciò operasse, o, sì come noi per esperienza veggiamo nelle feste, per la dolcezza de’ suoni, per la generale allegrezza, per la dilicatezza de’ cibi e de’ vini, gli animi eziandio degli uomini maturi, non che de’ giovinetti, ampliarsi e divenire atti a poter essere leggiermente presi da qualunque cosa che piace; è certo questo esserne divenuto, cioè Dante nella sua pargoletta età fatto d’amore ferventissimo servidore. Ma, lasciando stare il ragionare de’ puerili accidenti, dico che con l’età multiplicarono l’amorose fiamme, intanto che niuna altra cosa gli era piacere o riposo o conforto, se non il vedere costei. Per la qual cosa, ogni altro affare lasciandone, sollecitissimo andava là dovunque credeva potere vederla, quasi del viso e degli occhi di lei dovesse attignere ogni suo bene e intera consolazione.
Oh insensato giudicio degli amanti! chi altri che essi estimerebbe per aggiugnimento di stipa fare le fiamme minori? Quanti e quali fossero li pensieri, li sospiri, le lagrime e l’altre passioni gravissime poi in più provetta età da lui sostenute per questo amore, egli medesimo in parte il dimostra nella sua Vita nova, e però più distesamente non curo di raccontarle. Tanto solamente non voglio che non detto trapassi, cioè che, secondo che egli scrive e che per altrui, a cui fu noto il suo disio, si ragiona, onestissimo fu questo amore, né mai apparve, o per isguardo o per parola o per cenno, alcuno libidinoso appetito né nello amante né nella cosa amata: non picciola maraviglia al mondo presente, del quale è sì fuggito ogni onesto piacere, e abituatosi l’avere prima la cosa che piace conformata alla sua lascivia che diliberato d’amarla, che in miracolo è divenuto, sì come cosa rarissima, chi amasse altramente. Se tanto amore e sì lungo poté il cibo, i sonni e ciascun’altra quiete impedire, quanto si dee potere estimare lui essere stato avversario agli sacri studi e allo ‘ngegno? Certo non poco; come che molti vogliano lui essere stato incitatore di quello, argomento a ciò prendendo dalle cose leggiadramente nel fiorentino idioma e in rima, in laude della donna amata, e acciò che li suoi ardori e amorosi concetti esprimesse, già fatte da lui; ma certo io nol consento, se io non volessi già affermare l’ornato parlare essere sommissima parte d’ogni scienza; che non è vero.
Extraído de Giovanni Boccaccio. Trattarelo in laude di Dante. Biblioteca Universale Rizzoli.