Homero, el poeta supremo de la antigua Grecia, es una figura envuelta en un desconocido. Dentro de los estudios literarios, hasta el día de hoy existen tres perspectivas principales que ofrecen diferentes visiones de su vida y obra.
Según la primera versión, Homero es retratado como un aedo ciego, cuya inspiración proviene directamente de las Musas. Heródoto, el historiador griego del siglo V a.C., menciona esta tradición en sus «Historias», vinculando a Homero con la isla de Quíos, convirtiéndose así en su primer biógrafo. También existe una obra conocida como el «Vida de Homero», erróneamente atribuida a Heródoto, que presenta a Homero como un aedo dotado por las Musas.
La segunda perspectiva, propuesta por Friedrich August Wolf en el siglo XVIII, sugiere que Homero podría haber sido una figura literaria colectiva. Wolf plantea esta idea en su obra «Prolegómenos a la crítica de Homero», argumentando que las epopeyas homéricas podrían haber surgido de una tradición oral mantenida por varios aedos. En el siglo XX, Milman Parry y Albert Lord desarrollaron la teoría de la «composición oral», que sugiere que estas obras fueron el resultado de contribuciones de diferentes poetas a lo largo del tiempo.
Por último, algunos eruditos contemporáneos como Martin L. West y Barry B. Powell defienden la idea de que Homero fue un poeta histórico que basó sus obras en eventos reales. West, un destacado filólogo clásico, ha argumentado a favor de la historicidad de Homero y sugiere que las epopeyas reflejan hechos reales. Powell, otro erudito de la literatura clásica, respalda esta perspectiva al afirmar que Homero se inspiró en eventos auténticos para componer sus obras.
Estas tres visiones ofrecen un panorama completo de las diferentes interpretaciones sobre la vida y la naturaleza de Homero, dejando a los estudiosos de la literatura clásica inmersos en un fascinante enigma que perdura y nutre los estudios clásicos, míticos y poéticos hasta el día de hoy.
Odisea, vv. 139-228
De este modo me habló y, a mi vez, contestándole dije:
“¡Oh Tiresias! Sin duda los dioses así lo han tejido,
pero ahora pon mente a mi ruego y explica esto otro:
pues el alma aparéceme allí de mi madre difunta,
que, apostada en silencio, cercana a la sangre, rehúsa
contemplarme de frente y hablar con su hijo. ¿Qué medio
podré, oh príncipe, hallar de que sepa quién soy?” Tal le dije.
Sin hacerse esperar contestó de este modo Tiresias:
“Fácil es la respuesta y habrás de guardarla en tu mente:
de los muertos aquel que tú dejes llegar a la sangre
te dirá sus verdades y aquel a quien no lo permitas
te dará las espaldas y atrás volverá su camino.”
De esta suerte acabó sus presagios el alma del prócer
agorero y al fondo se entró de las casas de Hades,
mientras yo quedé firme esperando que fuera mi madre
a beber de la sangre sombría. Notándome al punto
y de lástima llena, me dijo en aladas palabras:
“¿Cómo fue tu llegada, hijo mío, al país de las brumas,
vivo aún? El paraje es difícil de ver por los vivos,
porque hay en mitad grandes ríos, tremendas corrientes,
el océano ante todo, que a nadie de cierto es posible
de otro modo pasar que teniendo una sólida nave.
¿Por ventura has venido de Troya tras ir largo tiempo
errabundo con nave y con hombres? ¿Y así ni en las playas
atracaste por Ítaca aún ni a tu esposa en las salas
viste más?” Tal habló y a mi vez contestándole dije:
“Madre mía, preciso me fue descender hasta el Hades
a tratar con el alma del cadmio Tiresias: de cierto
que a las costas de Acaya no más me acerqué ni he pisado
nuestra tierra de nuevo, alejado en dolor desde el día
que escolté a Agamenón, el divino, con rumbo hacia Troya,
la de buenos caballos, dispuesto a luchar con los teucros.
Pero ahora pon mente a mi ruego y explica esto otro:
¿qué destino te vino a abatir en la muerte penosa?
¿Una larga dolencia? ¿O bien la saetera Artemisa
te mató disparando sus flechas suaves? Mas dime
de mi padre y el hijo que allí me dejé: ¿por ventura
en mi puesto de honor se mantienen aún o ha pasado
a algún otro de allá sin que nadie ya piense en mi vuelta?
De mi esposa refiere también: ¿qué proyecta, qué hace?
¿Sigue al lado del niño guardándolo todo fielmente
o casó con algún hombre aqueo mejor que los otros?”
Dije así y al momento repuso la reina, mi madre:
“Bien de cierto que allí se conserva con alma paciente
sin salir de tu casa: entre duelos se pasan sus noches
y entre duelos sus días, con lágrimas siempre. Ninguno
te ha quitado hasta ahora tu reino glorioso: tranquilo
las haciendas gobierna Telémaco y tiene su parte
en los buenos banquetes cual cumple a quien falla justicias,
pues se ve agasajado por todos. Tu padre, entretanto,
en el campo se está, nunca baja al poblado. Sus lechos
no son catres ni mantas ni colchas de telas brillantes:
en invierno su cama es la misma en que duermen los siervos,
la ceniza al amor del hogar con sus pobres vestidos;
mas, llegada la buena estación y la rica otoñada,
cuando, al halda del monte en que tiene el viñedo, las hojas
al caer van formando por tierra sus rústicos lechos,
allá vase a dormir con su pena. Su angustia se acrece
añorándote a ti, pues la dura vejez se le acerca.
Esta ha sido mi muerte también, tal cumplí mi destino:
no acabó mi existencia en palacio la gran flechadora,
la de tiro infalible, lanzando sus blandas saetas,
ni cayó sobre mí enfermedad como aquellas que suelen,
en fatal consunción, arrancar de los miembros el alma;
no, mi Ulises, mi luz, fue mi pena por ti, fue el recuerdo,
fue tu misma bondad quien dio fin a mi gozo y mi vida.”
Dijo así, mientras yo por mi parte, cediendo a mi impulso,
quise al alma llegar de mi madre difunta. Tres veces
a su encuentro avancé, pues mi amor me llevaba a abrazarla,
y las tres, a manera de ensueño o de sombra, escapose
de mis brazos. Agudo dolor se me alzaba en el pecho
y, dejándome oír, la invoqué con aladas palabras:
“Madre mía, ¿por qué no esperar cuando quiero alcanzarte
y que, aun dentro del Hades, echando uno al otro los brazos
nos saciemos los dos del placer de los rudos sollozos?
¿O una imagen es esto, no más, que Perséfona augusta
por delante lanzó para hacerme llorar con más duelo?”
Dije así y al momento repuso la reina mi madre:
“Hijo mío, ¡ay de mí!, desgraciado entre todos los hombres,
no te engaña de cierto Perséfona, prole de Zeus,
porque es esa por sí condición de los muertos: no tienen
los tendones cogidos ya allí su esqueleto y sus carnes,
ya que todo deshecho quedó por la fuerza ardorosa
e implacable del fuego, al perderse el aliento en los miembros;
solo el alma, escapando a manera de sueño, revuela
por un lado y por otro. Mas vuelve a la luz sin demora,
que esto todo le puedas contar a tu esposa algún día.”
Así hablando estuvimos los dos. Acercáronse entonces
las mujeres que allá nos mandaba Perséfona augusta:
eran hijas y esposas de insignes varones, que en torno
de la sangre negruzca llegaban en gran muchedumbre.
Ὀδύσσεια — vv. 139-228
ὣς ἔφατ᾽, αὐτὰρ ἐγώ μιν ἀμειβόμενος προσέειπον:
‘Τειρεσίη, τὰ μὲν ἄρ που ἐπέκλωσαν θεοὶ αὐτοί.
ἀλλ᾽ ἄγε μοι τόδε εἰπὲ καὶ ἀτρεκέως κατάλεξον:
μητρὸς τήνδ᾽ ὁρόω ψυχὴν κατατεθνηυίης:
ἡ δ᾽ ἀκέουσ᾽ ἧσται σχεδὸν αἵματος, οὐδ᾽ ἑὸν υἱὸν
ἔτλη ἐσάντα ἰδεῖν οὐδὲ προτιμυθήσασθαι.
εἰπέ, ἄναξ, πῶς κέν με ἀναγνοίη τὸν ἐόντα;
’
ὣς ἐφάμην, ὁ δέ μ᾽ αὐτίκ᾽ ἀμειβόμενος προσέειπεν:
‘ῥηΐδιόν τοι ἔπος ἐρέω καὶ ἐπὶ φρεσὶ θήσω.
ὅν τινα μέν κεν ἐᾷς νεκύων κατατεθνηώτων
αἵματος ἆσσον ἴμεν, ὁ δέ τοι νημερτὲς ἐνίψει:
ᾧ δέ κ᾽ ἐπιφθονέῃς, ὁ δέ τοι πάλιν εἶσιν ὀπίσσω.
ὣς φαμένη ψυχὴ μὲν ἔβη δόμον Ἄϊδος εἴσω
Τειρεσίαο ἄνακτος, ἐπεὶ κατὰ θέσφατ᾽ ἔλεξεν:
αὐτὰρ ἐγὼν αὐτοῦ μένον ἔμπεδον, ὄφρ᾽ ἐπὶ μήτηρ
ἤλυθε καὶ πίεν αἷμα κελαινεφές: αὐτίκα δ᾽ ἔγνω,
καί μ᾽ ὀλοφυρομένη ἔπεα πτερόεντα προσηύδα:
‘τέκνον ἐμόν, πῶς ἦλθες ὑπὸ ζόφον ἠερόεντα
ζωὸς ἐών; χαλεπὸν δὲ τάδε ζωοῖσιν ὁρᾶσθαι.
μέσσῳ γὰρ μεγάλοι ποταμοὶ καὶ δεινὰ ῥέεθρα,
Ὠκεανὸς μὲν πρῶτα, τὸν οὔ πως ἔστι περῆσαι
πεζὸν ἐόντ᾽, ἢν μή τις ἔχῃ ἐυεργέα νῆα.
ἦ νῦν δὴ Τροίηθεν ἀλώμενος ἐνθάδ᾽ ἱκάνεις
νηί τε καὶ ἑτάροισι πολὺν χρόνον; οὐδέ πω ἦλθες
εἰς Ἰθάκην, οὐδ᾽ εἶδες ἐνὶ μεγάροισι γυναῖκα;
’
ὣς ἔφατ᾽, αὐτὰρ ἐγώ μιν ἀμειβόμενος προσέειπον:
‘μῆτερ ἐμή, χρειώ με κατήγαγεν εἰς Ἀίδαο
ψυχῇ χρησόμενον Θηβαίου Τειρεσίαο:
οὐ γάρ πω σχεδὸν ἦλθον Ἀχαιΐδος, οὐδέ πω ἁμῆς
γῆς ἐπέβην, ἀλλ᾽ αἰὲν ἔχων ἀλάλημαι ὀιζύν,
ἐξ οὗ τὰ πρώτισθ᾽ ἑπόμην Ἀγαμέμνονι δίῳ
Ἴλιον εἰς ἐύπωλον, ἵνα Τρώεσσι μαχοίμην.
ἀλλ᾽ ἄγε μοι τόδε εἰπὲ καὶ ἀτρεκέως κατάλεξον:
τίς νύ σε κὴρ ἐδάμασσε τανηλεγέος θανάτοιο;
ἦ δολιχὴ νοῦσος, ἦ Ἄρτεμις ἰοχέαιρα
οἷς ἀγανοῖς βελέεσσιν ἐποιχομένη κατέπεφνεν;
εἰπὲ δέ μοι πατρός τε καὶ υἱέος, ὃν κατέλειπον,
ἢ ἔτι πὰρ κείνοισιν ἐμὸν γέρας, ἦέ τις ἤδη
ἀνδρῶν ἄλλος ἔχει, ἐμὲ δ᾽ οὐκέτι φασὶ νέεσθαι.
εἰπὲ δέ μοι μνηστῆς ἀλόχου βουλήν τε νόον τε,
ἠὲ μένει παρὰ παιδὶ καὶ ἔμπεδα πάντα φυλάσσει
ἦ ἤδη μιν ἔγημεν Ἀχαιῶν ὅς τις ἄριστος.
’
ὣς ἐφάμην, ἡ δ᾽ αὐτίκ᾽ ἀμείβετο πότνια μήτηρ:
‘καὶ λίην κείνη γε μένει τετληότι θυμῷ
σοῖσιν ἐνὶ μεγάροισιν: ὀιζυραὶ δέ οἱ αἰεὶ
φθίνουσιν νύκτες τε καὶ ἤματα δάκρυ χεούσῃ.
σὸν δ᾽ οὔ πώ τις ἔχει καλὸν γέρας, ἀλλὰ ἕκηλος
Τηλέμαχος τεμένεα νέμεται καὶ δαῖτας ἐίσας
δαίνυται, ἃς ἐπέοικε δικασπόλον ἄνδρ᾽ ἀλεγύνειν:
πάντες γὰρ καλέουσι. πατὴρ δὲ σὸς αὐτόθι μίμνει
ἀγρῷ, οὐδὲ πόλινδε κατέρχεται. οὐδέ οἱ εὐναὶ
δέμνια καὶ χλαῖναι καὶ ῥήγεα σιγαλόεντα,
ἀλλ᾽ ὅ γε χεῖμα μὲν εὕδει ὅθι δμῶες ἐνὶ οἴκῳ,
ἐν κόνι ἄγχι πυρός, κακὰ δὲ χροῒ εἵματα εἷται:
αὐτὰρ ἐπὴν ἔλθῃσι θέρος τεθαλυῖά τ᾽ ὀπώρη,
πάντῃ οἱ κατὰ γουνὸν ἀλωῆς οἰνοπέδοιο
φύλλων κεκλιμένων χθαμαλαὶ βεβλήαται εὐναί.
ἔνθ᾽ ὅ γε κεῖτ᾽ ἀχέων, μέγα δὲ φρεσὶ πένθος ἀέξει
σὸν νόστον ποθέων, χαλεπὸν δ᾽ ἐπὶ γῆρας ἱκάνει.
οὕτω γὰρ καὶ ἐγὼν ὀλόμην καὶ πότμον ἐπέσπον:
οὔτ᾽ ἐμέ γ᾽ ἐν μεγάροισιν ἐύσκοπος ἰοχέαιρα
οἷς ἀγανοῖς βελέεσσιν ἐποιχομένη κατέπεφνεν,
200οὔτε τις οὖν μοι νοῦσος ἐπήλυθεν, ἥ τε μάλιστα
τηκεδόνι στυγερῇ μελέων ἐξείλετο θυμόν:
ἀλλά με σός τε πόθος σά τε μήδεα, φαίδιμ᾽ Ὀδυσσεῦ,
σή τ᾽ ἀγανοφροσύνη μελιηδέα θυμὸν ἀπηύρα.
’
ὣς ἔφατ᾽, αὐτὰρ ἐγώ γ᾽ ἔθελον φρεσὶ μερμηρίξας
205μητρὸς ἐμῆς ψυχὴν ἑλέειν κατατεθνηυίης.
τρὶς μὲν ἐφωρμήθην, ἑλέειν τέ με θυμὸς ἀνώγει,
τρὶς δέ μοι ἐκ χειρῶν σκιῇ εἴκελον ἢ καὶ ὀνείρῳ
ἔπτατ᾽. ἐμοὶ δ᾽ ἄχος ὀξὺ γενέσκετο κηρόθι μᾶλλον,
καί μιν φωνήσας ἔπεα πτερόεντα προσηύδων:
‘
μῆτερ ἐμή, τί νύ μ᾽ οὐ μίμνεις ἑλέειν μεμαῶτα,
ὄφρα καὶ εἰν Ἀίδαο φίλας περὶ χεῖρε βαλόντε
ἀμφοτέρω κρυεροῖο τεταρπώμεσθα γόοιο;
ἦ τί μοι εἴδωλον τόδ᾽ ἀγαυὴ Περσεφόνεια
ὤτρυν᾽, ὄφρ᾽ ἔτι μᾶλλον ὀδυρόμενος στεναχίζω;
’
ὣς ἐφάμην, ἡ δ᾽ αὐτίκ᾽ ἀμείβετο πότνια μήτηρ:
‘ὤ μοι, τέκνον ἐμόν, περὶ πάντων κάμμορε φωτῶν,
οὔ τί σε Περσεφόνεια Διὸς θυγάτηρ ἀπαφίσκει,
ἀλλ᾽ αὕτη δίκη ἐστὶ βροτῶν, ὅτε τίς κε θάνῃσιν:
οὐ γὰρ ἔτι σάρκας τε καὶ ὀστέα ἶνες ἔχουσιν,
220ἀλλὰ τὰ μέν τε πυρὸς κρατερὸν μένος αἰθομένοιο
δαμνᾷ, ἐπεί κε πρῶτα λίπῃ λεύκ᾽ ὀστέα θυμός,
ψυχὴ δ᾽ ἠύτ᾽ ὄνειρος ἀποπταμένη πεπότηται.
ἀλλὰ φόωσδε τάχιστα λιλαίεο: ταῦτα δὲ πάντα
ἴσθ᾽, ἵνα καὶ μετόπισθε τεῇ εἴπῃσθα γυναικί.
’ ’
νῶι μὲν ὣς ἐπέεσσιν ἀμειβόμεθ᾽, αἱ δὲ γυναῖκες
ἤλυθον, ὤτρυνεν γὰρ ἀγαυὴ Περσεφόνεια,
ὅσσαι ἀριστήων ἄλοχοι ἔσαν ἠδὲ θύγατρες.
αἱ δ᾽ ἀμφ᾽ αἷμα κελαινὸν ἀολλέες ἠγερέθοντο,
αὐτὰρ ἐγὼ βούλευον ὅπως ἐρέοιμι ἑκάστην.
Extraído de Homero. La Odisea. Traducción de José Manuel Pabón.