Samuel Taylor Coleridge — La balada del viejo marinero
Sin voz alguna al expresar—/ Sin voz; pero, ¡oh! el silencio cayó/ Como música en mi corazón al sonar.
Traducciones, escolios, fragmentos de lectura, divagaciones, &c., sostienen la construcción constante del «idealismo errático»
Sin voz alguna al expresar—/ Sin voz; pero, ¡oh! el silencio cayó/ Como música en mi corazón al sonar.
Ni el paria moreno en algún bosque indio,/ Solo, flaco y cazado por el odio de su hermano,/ Ha bebido tan profundo de la copa del destino amargo/ Como ese pobre desgraciado que no puede, no puede amar
¡Oh, memoria! Tu más preciado don/ cuando se une a la esperanza, cuando aún poseemos;/ Pero cuánto maldecida por cada amante/ cuando la esperanza ha huido y la pasión ha terminado.
Samuel Taylor Coleridge, nacido el 21 de octubre de 1772 en Devonshire, Inglaterra, fue un poeta, crítico y filósofo inglés, reconocido por su contribución al
Ahora, el odio gobierna un corazón que, en las fáciles cadenas del amor,/ Una vez conoció los elogios tumultuosos de la pasión;/ Ahora, la desesperación inflama la oscura marea de sus venas;/ Reflexiona frenético sobre el último adiós del amor.
No te asustes, eso no va a suceder./ Sólo voy a tomarlo y, silenciosamente, voy a hacerme a un lado./ Ni siquiera vas a oír cuando lo abra, nada de romper envoltorios,/ nada de lazos cayendo al suelo, ningún grito hacia el final.
Ahora que los frecuentes dolores asaltan mi ser,/ ahora que mis ojos insomnes están hundidos y opacos,/ y mares de dolor parecen ondear por cada miembro,/ ¿ah, qué valor tienen todas las escenas doradas de la vida?
Entonces, ¿por qué deberíamos suspirar y quejarnos,/ Con celos infundados lamentarnos,/ Con caprichos tontos y fantasías frenéticas,/ Solo para hacer nuestro amor romántico?
¡Porque, encantadora Musa! tu dulce ocupación/ exalta mi alma, purifica mi pecho,/ da un aguijón más agudo a cada placer puro,/ y convierte la tristeza en gozo pensativo.
Un perro callejero moviendo sus patas a galope/ Apresuró a una bandada de gaviotas a batir alas fuera del banco de arena./ El humeaba, como si estuviera sordo como una tapia, con los ojos vendados,/ Su cuerpo varado con la basura del mar,/ Una máquina para respirar y latir para siempre.
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