Giovanni Raboni — Canciones mortales
El corazón que no duerme/ le dice al corazón que duerme: Ten miedo./ Pero yo no soy mi corazón, no escucho/ ni doy suerte, sé bien que faltarte,/ no perderte, fue la última desventura.
Traducciones, escolios, fragmentos de lectura, divagaciones, &c., sostienen la construcción constante del «idealismo errático»
El corazón que no duerme/ le dice al corazón que duerme: Ten miedo./ Pero yo no soy mi corazón, no escucho/ ni doy suerte, sé bien que faltarte,/ no perderte, fue la última desventura.
Una vez que se le mostró el motivo/ de su venida y revivió el espíritu aturdido,/ sin cuestionar más su camino,/ lo sigue, y entra por una puerta/ amplia y abierta a todas las personas.
Aquí entre la gente común, que avanza/ hacia las mismas cosas de siempre,/ yo también me muevo entre cosas no nuevas./ Más común que los demás, no sé hacia dónde/ se dirige mi paso cansado, que no desea/ aparecer así ante sí mismo y en otro lugar.
La vida – ¿no es este/ el milagro? ¡lo es! –/ se nutre de sí misma,/ extiende su alta cascada,/ la pródiga fuente.
Una relación, y no una separación clara: el prestigio de la escritura y del libro también alcanza a los analfabetos, porque la predicación y el orden establecido se basan en las Sagradas Escrituras.
Impulsado por ese deseo que por naturaleza/ mueve los corazones hacia amores alegres y dulces,/ intenté a muchas mujeres, de muchas obtuve sus favores,/ encontré corazones blandos, raramente uno fue duro.
Santo/ y tú tomas el glicónio y la glicerina, y Hans Pfeiffer/ que nació en Kassel en 1907, porque esto, esto lo toman/ (ellos), lo toman porque lo encuentran/ porque lo encuentran trabajando/ porque esta es, Federico, la DESCRIPCIÓN DEL GRAN PAÍS
¿Acaso la naturaleza ha hecho alguna distinción para el aire, el agua, la luz, impidiendo a alguien respirar, beber o ver más que a su prójimo, físicamente similar a él? No, desde luego. Todos los hombres disfrutan en común […]
Primer señor del coturno itálico,/ nuestro siglo se enorgullece de ti, y a quien la plectra veneciana dio/ y quien osó blandir el audaz látigo.
Fue una tierra fértil, un país generoso,/ ahora las aguas son bituminosas y cálidas,/ y un lago estéril: y cuanto él gira y se mueve,/ comprime el aire, y pesado el hedor exhala.
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