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Marqués de Sade — Los infortunios de la Virtud

Es importante, por lo tanto, prevenir estos sofismas peligrosos de la filosofía, esencial hacer ver que los ejemplos de la virtud desafortunada presentados a un alma corrompida en la cual aún quedan algunos buenos principios, pueden llevar a esa alma al bien con la misma seguridad que si se le hubieran ofrecido en ese camino de la virtud las palmas más brillantes y las recompensas más halagadoras.

Donatien Alphonse François, más conocido como el Marqués de Sade, nació el 2 de junio de 1740 en París, Francia. Proveniente de una familia aristocrática, su infancia estuvo marcada por la opulencia y los privilegios propios de su linaje.

Sin embargo, la vida del Marqués de Sade estuvo teñida por una serie de episodios trágicos y oscuros. En su juventud, fue enviado al ejército, donde su comportamiento rebelde y sus inclinaciones libertinas comenzaron a manifestarse. Estos rasgos desencadenaron una serie de conflictos con la ley y con su propia familia.

A lo largo de su vida, el Marqués de Sade fue encarcelado en múltiples ocasiones, principalmente por sus prácticas sexuales consideradas aberrantes y por sus escritos considerados obscenos y subversivos para la moralidad de la época. Sus estancias en prisión, como en la Bastilla y en el asilo de Charenton, fueron testigos de su sufrimiento y de su lucha por expresar sus ideas y deseos, incluso en condiciones extremadamente adversas.

La obra literaria del Marqués de Sade, caracterizada por su exploración de los límites de la moralidad y el placer, ha generado controversia y debate hasta el día de hoy. Sus escritos, como «Justine» y «Los 120 días de Sodoma», desafían las normas sociales y exploran las profundidades más oscuras de la psique humana.

El Marqués de Sade falleció el 2 de diciembre de 1814 en el asilo de Charenton, donde había sido recluido por última vez. Aunque las circunstancias exactas de su muerte no están claras.


Los infortunios de la Virtud

El triunfo de la filosofía consistiría en arrojar luz sobre la oscuridad de los caminos que la providencia utiliza para alcanzar los fines que se propone con respecto al hombre, y en trazar a partir de ello algún plan de conducta que pudiera hacer comprender a este desgraciado ser bípedo, perpetuamente zarandeado por los caprichos de ese ser que, según se dice, lo dirige de manera tan despótica, la manera en que debe interpretar los decretos de esa providencia sobre él, la ruta que debe seguir para prevenir los caprichos bizarros de esa fatalidad a la que se le dan veinte nombres diferentes, sin haber logrado aún definirla.

Porque si, partiendo de nuestras convenciones sociales y sin apartarnos nunca del respeto que nos inculcaron por ellas en la educación, resulta lamentablemente que, debido a la perversidad de los demás, no hayamos encontrado más que espinas, mientras que los malvados solo recogían rosas, las personas desprovistas de un fondo de virtud lo suficientemente firme como para elevarse por encima de las reflexiones que estas tristes circunstancias proporcionan, ¿no calcularán entonces que es mejor abandonarse al torrente que resistirlo? ¿No dirán que la virtud, por muy bella que sea, cuando lamentablemente se vuelve demasiado débil para luchar contra el vicio, se convierte en la peor opción que se pueda tomar y que en un siglo completamente corrompido lo más seguro es hacer lo que hacen los demás? Un poco más instruidos, si se quiere, y abusando de los conocimientos que han adquirido, ¿no dirán como el ángel Jesrad de Zadig que no hay ningún mal del cual no nazca un bien? ¿No añadirán a eso por sí mismos que, puesto que en la imperfecta constitución de nuestro mal mundo hay una cantidad de males igual a la del bien, es esencial para el mantenimiento del equilibrio que haya tantos buenos como malvados, y que según esto es indiferente para el plan general que tal o cual sea bueno o malo de preferencia? ¿Que si la desgracia persigue a la virtud y la prosperidad casi siempre acompaña al vicio, siendo la cosa igual para las perspectivas de la naturaleza, es infinitamente mejor tomar partido entre los malvados que prosperan que entre los virtuosos que perecen?

Es importante, por lo tanto, prevenir estos sofismas peligrosos de la filosofía, esencial hacer ver que los ejemplos de la virtud desafortunada presentados a un alma corrompida en la cual aún quedan algunos buenos principios, pueden llevar a esa alma al bien con la misma seguridad que si se le hubieran ofrecido en ese camino de la virtud las palmas más brillantes y las recompensas más halagadoras. Sin duda, es cruel tener que pintar una multitud de desgracias que abrumen a la mujer dulce y sensible que respeta mejor la virtud, y por otra parte la más brillante fortuna en aquella que la desprecia toda su vida; pero si, no obstante, nace un bien del esbozo de estos dos cuadros, ¿tendremos que reprocharnos haberlos ofrecido al público? ¿Podremos sentir algún remordimiento por haber establecido un hecho del cual resultará para el sabio que lee con provecho la lección tan útil de la sumisión a los órdenes de la providencia, una parte del desarrollo de sus más secretas enigmas y la advertencia fatal de que es a menudo para llevarnos de nuevo a nuestros deberes que el cielo golpea junto a nosotros a los seres que parecen haber cumplido mejor los suyos?

Estos son los sentimientos que nos llevan a tomar la pluma, y es en consideración de su buena fe que pedimos a nuestros lectores un poco de atención mezclada con interés por las desgracias de la triste y miserable Justine.

La señora condesa de Lorsange era una de esas sacerdotisas de Venus, cuya fortuna es obra de una figura encantadora, de mucha inconducta y de engaño, y cuyos títulos, por muy pomposos que sean, solo se encuentran en los archivos de Citera, forjados por la impertinencia que los toma y sostenidos por la credulidad estúpida que los otorga.


Les infortunes de la Vertu

Le triomphe de la philosophie serait de jeter du jour sur l’obscurité des voies dont la providence se sert pour parvenir aux fins qu’elle se propose sur l’homme, et de tracer d’après cela quelque plan de conduite qui pût faire connaître à ce malheureux individu bipède, perpétuellement ballotté par les caprices de cet être qui, dit-on, le dirige aussi despotiquement, la manière dont il faut qu’il interprète les décrets de cette providence sur lui, la route qu’il faut qu’il tienne pour prévenir les caprices bizarres de cette fatalité à laquelle on donne vingt noms différents, sans être encore parvenu à la définir.

Car si, partant de nos conventions sociales et ne s’écartant jamais du respect qu’on nous inculqua pour elles dans l’éducation, il vient malheureusement à arriver que par la perversité des autres, nous n’ayons pourtant jamais rencontré que des épines, lorsque les méchants ne cueillaient que des roses, des gens privés d’un fonds de vertu assez constaté pour se mettre au-dessus des réflexions fournies par ces tristes circonstances, ne calculeront-ils pas qu’alors il vaut mieux s’abandonner au torrent que d’y résister, ne diront-ils pas que la vertu telle belle qu’elle soit, quand malheureusement elle devient trop faible pour lutter contre le vice, devient le plus mauvais parti qu’on puisse prendre et que dans un siècle entièrement corrompu le plus sûr est de faire comme les autres ? Un peu plus instruits si l’on veut, et abusant des lumières qu’ils ont acquises, ne diront-ils pas avec l’ange Jesrad de Zadig qu’il n’y a aucun mal dont il ne naisse un bien ; n’ajouteront-ils pas à cela d’eux-mêmes que puisqu’il y a dans la constitution imparfaite de notre mauvais monde une somme de maux égale à celle du bien, il est essentiel pour le maintien de l’équilibre qu’il y ait autant de bons que de méchants, et que d’après cela il devient égal au plan général que tel ou tel soit bon ou méchant de préférence ; que si le malheur persécute la vertu, et que la prospérité accompagne presque toujours le vice, la chose étant égale aux vues de la nature, il vaut infiniment mieux prendre parti parmi les méchants qui prospèrent que parmi les vertueux qui périssent ? Il est donc important de prévenir ces sophismes dangereux de la philosophie, essentiel de faire voir que les exemples de la vertu malheureuse présentés à une âme corrompue dans laquelle il reste encore pourtant quelques bons principes, peuvent ramener cette âme au bien tout aussi sûrement que si on lui eût offert dans cette route de la vertu les palmes les plus brillantes et les plus flatteuses récompenses. Il est cruel sans doute d’avoir à peindre une foule de malheurs accablant la femme douce et sensible qui respecte le mieux la vertu, et d’une autre part la plus brillante fortune chez celle qui la méprise toute sa vie ; mais s’il naît cependant un bien de l’esquisse de ces deux tableaux, aura-t-on à se reprocher de les avoir offerts au public ? pourra-t-on former quelque remords d’avoir établi un fait, d’où il résultera pour le sage qui lit avec fruit la leçon si utile de la soumission aux ordres de la providence, une partie du développement de ses plus secrètes énigmes et l’avertissement fatal que c’est souvent pour nous ramener à nos devoirs que le ciel frappe à côté de nous les êtres qui paraissent même avoir le mieux rempli les leurs ?

Tels sont les sentiments qui nous mettent la plume à la main, et c’est en considération de leur bonne foi que nous demandons à nos lecteurs un peu d’attention mêlé d’intérêt pour les infortunes de la triste et misérable Justine.

Mme la comtesse de Lorsange était une de ces prêtresses de Vénus, dont la fortune est l’ouvrage d’une figure enchanteresse, de beaucoup d’inconduite et de fourberie, et dont les titres quelque pompeux qu’ils soient ne se trouvent que dans les archives de Cythère, forgés par l’impertinence qui les prend et soutenus par la sotte crédulité qui les donne.


Extraído de Donatien Alphonse François de Sade (Marqués de Sade). Les infortunes de la Vertu. Manuscrit: 1787.

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