Marco Tulio Cicerón, nacido en Arpino, Italia, en el año 106 a.C., fue un orador, político y filósofo romano cuya elocuencia y erudición lo consagraron como una de las mentes más brillantes de la antigua Roma.
Cicerón enfrentó la pérdida de seres queridos, siendo la muerte de su hija Tullia uno de los episodios más desgarradores. Este dolor se profundizó con los conflictos políticos de la época, que llevaron al exilio al filósofo en el 58 a.C. bajo el régimen de Clodio.
A pesar de los reveses, su regreso a Roma revitalizó su carrera. Sin embargo, la caída de la República y el ascenso de César al poder alteraron drásticamente su vida. Si bien inicialmente colaboró con César, su asesinato en el 44 a.C. sumió a Cicerón en una incertidumbre política. Sus posturas políticas le valieron enemistades peligrosas, y su propia vida corrió peligro.
El fatídico desenlace llegó en el 43 a.C. cuando Marco Antonio, en el contexto de las proscripciones del Segundo Triunvirato, ordenó su ejecución. Cicerón, con valentía serena, enfrentó su trágico destino, al que enfrentó sin resistirse, y con dignidad, murió decapitado.
III
[35] Cuando, por tanto, se presenta alguna apariencia de utilidad, es necesario sentirse conmovido. Pero si, al prestar atención al alma, ves que se le añade vileza a aquello que ha traído consigo la apariencia de utilidad, entonces no se debe abandonar la utilidad, sino comprender que donde está la vileza, allí no puede estar la utilidad. Pues si hay algo que va en contra de la naturaleza, es la vileza (pues la naturaleza desea y rechaza lo recto, lo adecuado y la constancia, y repudia lo contrario); y si hay algo que esté en perfecta consonancia con la naturaleza, es la utilidad. Por lo tanto, ciertamente en la misma cosa no puede haber utilidad y vileza. Del mismo modo, si hemos nacido para la honestidad y esta es lo único que debe buscarse, como sostiene Zenón, o al menos debe ser considerada más importante que todo lo demás, como cree Aristóteles, es necesario que lo honesto sea o el único bien supremo o el sumo bien, y lo que es bueno, ciertamente es útil; así que todo lo que es honesto es útil.
[36] Por lo tanto, el error de los hombres no buenos, cuando han tomado algo que les parece útil, lo separa inmediatamente de lo honesto. De aquí surgen los puñales, los venenos, los testamentos falsos, los robos, los saqueos, el despojo de los socios y ciudadanos, los deseos de riquezas excesivas, de un poder intolerable e incluso, por último, el deseo de gobernar en las repúblicas libres, que no puede concebirse nada más feo o más horrendo. Pues ven los beneficios de las cosas con juicios engañosos, no ven el castigo, no hablo de las leyes, que a menudo rompen, sino el de la misma vileza, que es el más amargo.
[37] Por eso, este tipo de deliberación debe ser eliminado por completo (pues es totalmente depravado e impío) aquellos que deliberan si siguen lo que ven como honesto o se contaminan conscientemente con el crimen; pues incluso en la duda misma hay un crimen, aunque no lleguen a cometerlo. Por lo tanto, esas cosas sobre las que la deliberación misma es vil, no deben ser deliberadas en absoluto.
[38] Además, debe ser eliminada toda esperanza y opinión de ocultar y esconderse de cualquier deliberación; pues nos debe parecer suficiente, si al menos hemos avanzado algo en filosofía, que si pudiéramos ocultar a todos los dioses y hombres, no deberíamos hacer nada ávidamente, injustamente, lujuriosamente o descontroladamente. De aquí Platón nos presenta a Giges, quien, después de que la tierra se hubiera separado con grandes lluvias, descendió a través de una gran fisura y vio un caballo de bronce, según cuentan las fábulas, y se dio cuenta de que tenía puertas en sus costados; al abrirlas, vio el cuerpo de un hombre muerto de un tamaño inesperado y un anillo de oro en su dedo; y cuando lo quitó, se lo puso él mismo (era un pastor real) y luego regresó al consejo de pastores. Allí, cuando giró el anillo hacia su palma, no fue visto por nadie, pero veía todo; y de nuevo fue visto cuando giró el anillo de nuevo. Por lo tanto, aprovechando esta oportunidad del anillo, cometió adulterio con la reina y, con su ayuda, mató al rey, su señor, y eliminó a quienes creía que se interponían, y nadie pudo verlo cometer estos crímenes. Así, gracias al beneficio repentino del anillo, el pastor se convirtió en rey de Lidia. Por tanto, si el sabio tuviera este mismo anillo, no pensaría que le está permitido hacer más que si no lo tuviera; pues las cosas honestas no son buscadas por los hombres buenos para ocultarlas.
III
[35] Cum igitur aliqua species utilitatis obiecta est, commoveri necesse est. Sed si, cum animum attenderis, turpitudinem videas adiunctam ei rei, quae speciem utilitatis attulerit, tum non utilitas relinquenda est, sed intellegendum, ubi turpitudo sit, ibi utilitatem esse non posse. Quod si nihil est tam contra naturam quam turpitudo (recta enim et convenientia et constantia natura desiderat aspernaturque contraria) nihilque tam secundum naturam quam utilitas, certe in eadem re utilitas et turpitudo esse non potest. Itemque, si ad honestatem nati sumus eaque aut sola expetenda est, ut Zenoni visum est, aut certe omni pondere gravior habenda quam reliqua omnia, quod Aristoteli placet, necesse est, quod honestum sit, id esse aut solum aut summum bonum, quod autem bonum, id certe utile, ita, quicquid honestum, id utile.
[36] Quare error hominum non proborum, cum aliquid, quod utile visum est, arripuit, id continuo secernit ab honesto. Hinc sicae, hinc venena, hinc falsa testamenta nascuntur, hinc furta, peculatus, expilationes, direptionesque sociorum et civium, hinc opum nimiarum, potentiae non ferendae, postremo etiam in liberis civitatibus regnandi existunt cupiditates, quibus nihil nec taetrius nec foedius excogitari potest. Emolumenta enim rerum fallacibus iudiciis vident, poenam, non dico legum, quam saepe perrumpunt, sed ipsius turpitudinis, quae acerbissima est, non vident.
[37] Quam ob rem hoc quidem deliberantium genus pellatur e medio ( est enim totum sceleratum et impium), qui deliberant, utrum id sequantur, quod honestum esse videant, an se scientes scelere contaminent; in ipsa enim dubitatione facinus inest, etiamsi ad id non pervenerint. Ergo ea deliberanda omnino non sunt, in quibus est turpis ipsa deliberatio.
[38] Atque etiam ex omni deliberatione celandi et occultandi spes opinioque removenda est; satis enim nobis, si modo in philosophia aliquid profecimus, persuasum esse debet, si omnes deos hominesque celare possimus, nihil tamen avare, nihil iniuste, nihil libidinose, nihil incontinenter esse faciendum. Hinc ille Gyges inducitur a Platone, qui cum terra discessisset magnis quibusdam imbribus, descendit in illum hiatum aeneumque equum, ut ferunt fabulae, animadvertit, cuius in lateribus fores essent; quibus apertis corpus hominis mortui vidit magnitudine invisitata anulumque aureum in digito; quem ut detraxit, ipse induit (erat autem regius pastor), tum in concilium se pastorum recepit. Ibi cum palam eius anuli ad palmam converterat, a nullo videbatur, ipse autem omnia videbat; idem rursus videbatur, cum in locum anulum inverterat. Itaque hac oportunitate anuli usus reginae stuprum intulit eaque adiutrice regem dominum interemit, sustulit quos obstare arbitrabatur, nec in his eum facinoribus quisquam potuit videre. Sic repente anuli beneficio rex exortus est Lydiae. Hunc igitur ipsum anulum si habeat sapiens, nihil plus sibi licere putet peccare, quam si non haberet; honesta enim bonis viris, non occulta quaeruntur.
Extraído de M. Tulli Ciceronis. De Officiis. Winterbottom, 1994.