Armando Rubio

Armando Rubio — Ciudadano

Si yo fuera un cantor como soñaba,/ me iría por el mundo cantando mis desdichas/ para vivir del canto mío y que me escucharan/ los que sueñan con una risa limpia.

Armando Rubio Huidobro (1955 – 6 de diciembre de 1980) emergió como una voz poética cautivadora en el panorama literario chileno. Nacido en el seno de una familia acomodada, la sombra de la poesía se proyectaba sobre él desde su cuna, siendo hijo del distinguido poeta y abogado Alberto Rubio Riesco. La vida de Rubio estuvo marcada por una sensibilidad innata y una melancolía que impregnaba su ser desde temprana edad.

Criado en el ambiente intelectual y literario que su padre frecuentaba, Rubio encontró en la Isla de Pascua el escenario donde su musa comenzó a susurrarle versos. A los 20 años, se convirtió en padre de Rafael Rubio Barrientos, quien seguiría los pasos poéticos de su progenitor.

La poesía de Rubio destila un carácter urbano y trágico, reflejando una profunda observación de la vida citadina, impregnada de un sentido de fatalidad. Aunque su única obra publicada, Ciudadano, vio la luz de manera póstuma, sus versos resonaron en las páginas de revistas literarias y antologías, como La Bicicleta, Atenea, Ganymedes/6 y Poesía para el camino.

Rubio cursó sus estudios en el Liceo José Victorino Lastarria y posteriormente en la Universidad de Chile, donde exploró tanto las Ciencias Sociales como el Periodismo. Sin embargo, su vida se vio truncada de manera abrupta y trágica. El 6 de diciembre de 1980, a la temprana edad de 25 años, cayó desde el sexto piso de un edificio en Santiago. Aunque se especuló sobre si fue un accidente o un acto deliberado.


CIUDADANO

No sé de donde viene mi costumbre
de agravarme a las siete de la tarde.
Quizá sólo por ser un transeúnte
sin bigote o pañuelo, sin zapato ni amante.

No sé para qué vivo y por qué muero,
si ha tiempo me dijeron las gitanas
que tendrá vida cara con un final de perros:
o sea que no pienso morir como Dios manda.

Conozco bien las piedras de andar, la vista gacha;
recojo los cigarros que pueblan las cunetas
agradeciendo todo en mis andanzas
de oscuros pies de barro y de madera.

Si yo fuera un cantor como soñaba,
me iría por el mundo cantando mis desdichas
para vivir del canto mío y que me escucharan
los que sueñan con una risa limpia.

Pero no tengo voz, ni pañuelo, ni amante;
no sé por que me vuelvo amigo de los perros
cuando soy un transeúnte de la tarde
sin saber por qué vivo y por qué muero.

 

Extraído de Armando Rubio. Ciudadano. Ediciones Minga, 1983.

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